19.8.11

Cuento express

Y él salió de su casa como todos los días. Ésta vez la lluvia no le hacía doler las articulaciones como de costumbre. Era uno de esos días en los que había más gente en el cementerio que en la calle. Un olor a pino recién cortado se le colaba por los pulmones. Aceleró un poco el paso cuando la vio ahí, esperando quieta en la parada del autobús.

Era hermosa. Anoche se había fijado en ella desde que entró al bar. Sus rizos caían en la mesa de billar cuando se inclinaba para hacer un tiro. Le costó algo de trabajo acercarse a hablar con ella, ya que le daba un vértigo espantoso mirarle directamente a esos ojos azul profundo. No sólo azul: azul profundo.

Dominó su miedo y se le acercó con una de aquellas latas grandes de sidra barata que vendían a mitad de precio por dos horas consecutivas. Ella se rió un poco de él, pero al final cedió a entablar una muy buena charla que vagabundeó entre música clásica, peleas de perros, atardeceres y viajes al Asia menor.

Después de un par de horas, y unas seis o siete latas de sidra más, ella se marchó plantándole un beso en la mejilla y deslizándole en el bolsillo de su camisa un papel con su teléfono. Él se había quedado anonadado un rato mirando a aquél pedazo de vacío color morado. Con forma de bufanda. La bufanda que le iba a regresar ahora mismo que caminaba hacia la parada de autobús.

Ella llevaba unos seis, tal vez siete, pero no más de ocho minutos esperándole. La resaca por la salidita de la noche anterior aún le taladraba las sienes. Lo peor es que no sabía por qué este mentecato quería verla. En una parada de autobús. Nunca debió de darle el teléfono, maldita sea. Lo vio acercándose con una sonrisa idiota que mostraba las encías.

- Hola.
- No me gustan los diálogos.
- Está bien…

Él le mostró la bufanda y arqueó las cejas. Ella frunció el ceño y miró el pedazo de tela morada que desconocía. Ambos se encogieron de hombros. Él confundido, ella harta.

A lo lejos, el loco del pueblo los veía mediante unos binoculares. Temblaba de frío, pero la risa hacía que no extrañara tanto a su bufanda.

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