17.4.10

Manchas en la camisa

Y desde la ventanilla del tren veía cómo se ponía el sol sobre Estocolmo. El muchacho no tenía ninguna otra canción en la cabeza. Esa canción que había escuchado en el café. Era una canción triste, pero el recuerdo era alegre. O al menos, esperanzador.

Y es que no todos los días uno se encontraba con niñas como aquella. Pelo café y largo, largo como los inviernos suecos. Justamente el invierno que acaba de terminar, había sido cuasieterno. Pero no es que al muchacho le afectara esto, es más, le gustaba la nieve y la oscuridad y las velas y toda esa vida. Y sin ese invierno nunca hubiera entrado al café aquél, que era de esos que están en las antiguas bodegas de la isla de Gamla Stan, subterráneos, para abrigarse del frío.

El día que encontró el local fue por mera casualidad. No tenía la intención de entrar y quedarse, simplemente estaba perdiendo el tiempo vagando por la ciudad. Bajó los escalones con las manos en los bolsillos. Y en el segundo rellano, soltó un gritito con un tono muy poco varonil de sorpresa.

- ¡Rayos…!

La chica estaba sacando algunos bollos recién hechos de un horno. Vestía un delantal café claro, o por lo menos, mucho más claro que los cabellos que le caían a modo de fuente sobre la espalda, manando desde su cola de caballo. Levantó la vista y le sonrió.

- Tjena!

Para los que no saben sueco, como nuestro querido amigo, este común saludo puede significar mil cosas menos "hola". Así que lo único que hizo el muchacho a manera de contestación fue una mueca extraña. Ella sonrió de nuevo, con una sonrisa que mostraba algo más que dientes, y siguió con su trabajo.

Él salió de la tienda. Se maldijo a sí mismo. No entendía por qué en los últimos meses, sí los de oscuridad, había estado tan enamoradizo. Mujer que veía, mujer que creía la madre de sus hijos. Estaba hecho un completo imbécil.

Pero sus tribulaciones personales no nos interesan demasiado. El punto fue que el muchacho en cuestión regresó al café una semana después. Y se tomó un café. No se lo pidió a ella, sino a otra chica rubia que trabajaba ahí también. A él siempre le parecía más fácil hablar con las rubias. Se lo tomó a la italiana: de pie y sin esperar siquiera a que se enfriara. Claro que la lengua casi se le calcina. Pero como buen macho, no chistó, sólo soltó un par de lágrimas. Una por el dolor, y otra por la estupidez. Además había derramado un poco del líquido sobre su camisa. Salió sin hacer un sólo sonido.

La tercera vez que fue al café, la chica estaba sola. Esta vez, él venía preparado.

- En caffe, tack.

- Vill du har den med grädde?

Fallo del sistema. Él volvió a hacer la misma mueca que el primer día, pero esta vez añadiendo un poco de tonos rojos a su cara que lo evidenciaban un poco más. Ella soltó una risita y apuntó a un bote de nata. Él sólo asintió con la cabeza. Esta vez, su orgullo le ordenó pedirlo para llevar. Al subir las escaleras, tropezó y añadió una mancha más a su camisa. Increíble.

La cuarta vez que se acercó al café, fue casi un mes después. Ya casi en primavera. Se acompañó de uno de sus colegas turcos con los que trabajaba. Sólo para dar la apariencia de ser sociable hasta cierto punto. Se sentaron y esperaron a que ella se acercara para tomar su orden. El amigo turco le guiñó un ojo a nuestro querido personaje principal y después pidió dos cafés, turcos por supuesto, a la muchacha. Ella asintió y antes de que empezara a hablar, nuestro protagonista le interrumpió.

- Med grädde, tack.

Ella dibujó una sonrisa que mostró dientes y algo más. Se fue a la cocina. Sin embargo, justo en aquél momento llegaron un montón de suecos a su hora del fika. La pareja de jóvenes esperaron casi media hora por los cafés, que llegaron derramados un poco, y sin nata, pero aún peor: traídos por la rubia. El amigo turco se enojó un poco, es bien sabido cómo estos tienen la sangre un poco intranquila, y soltó un golpe en la mesa, salpicando un poco en la camisa a nuestro amigo, que miraba al suelo derrotado.

La última vez que él fue al café, lo hizo pensando en hacer una manera de despedida. No es que hubiera entablado siquiera una conversación con la chica, pero se sentía obligado a ir una vez más antes de que el sótano fuese cerrado durante la primavera y se abrieran las terrazas. Aquél café era mágico sólo en el vientre de la tierra, afuera ya sería otra cosa más bulliciosa. O al menos eso creía él sin toda la oscuridad y velas y toda esa vida.

Entró y en el mismo rellano que la vio por primera vez, la encontró de nuevo. Había una canción muy triste en la radio. Ella estaba sacando panes recién horneados. Se acercó a ella. Olía a pan recién horneado. Delicioso.

Él le pidió un café, con nata. Ella le sonrió como siempre y se puso a prepararlo. Él no sabía como seguir, nunca había sido bueno en esto. Además ella estaba en horas de trabajo. Terrible momento para pedirle su teléfono. Tampoco sabía si tenía novio, o si era lesbiana o si le gustaba comer cachorrillos de pastor inglés con frambuesas. Demasiada información en su cabeza. Ella lo miraba y le daba el café mientras le pedía el monto a pagar. El corazón se le salía. No pudo. Para llevar y ya está.

Salió pensando en la canción que estaba en el café. Era una canción en italiano. No entendió bien la letra, pero era tristísima. Se subió al tren y miró afuera, al sol de primavera que se metía poco a poco. De pronto el tren comenzó a avanzar, el muchacho torpe, como ya sabemos que es, derramó el contenido de su vaso sobre su camisa, que ya era más de un color café que blanco para este entonces. Maldijo en sueco. Por lo menos la chica de pelo café había puesto una servilleta en la bolsa con la cucharita y el azúcar. Él la sacó. Y sonrió enseñando dientes y algo más.

Garabateado con números perfectos, ahí estaba un número de teléfono. Y el olor a pan recién horneado y los largos cabellos cafés y una sonrisa que enseña más que dientes se dibujaron en la mente del chico.

4 comentarios:

  1. Me encanto diego, en verdad me encanto que me llevo hasta aquel cafe a concer a la muchacaha de cabello largo mientras estaba en la ofina haciendo planos, me identifique un poco...jaja

    Haz escrito mas diego???, me gustaría leerlos

    Lalo Ríos

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  2. paola14.4.10

    me encantan tus historias!!!
    un beso desde Mexico

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  3. Anónimo14.4.10

    Por supuesto ya le marcamos a la chica verdad?, entonces cual es la siguiente historia?

    Un abrazo Sr. Planas

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  4. @Lalo: puedes buscar en mi blog. ¡Tengo muchos!
    @Paola: :)
    @¿Vic?: Pronto...

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